Nacimos.
Vos con los autitos, y nosotras con muñecas. Muñecas. Siempre me pareció extraño que el nombre del juguete es también una articulación indispensable. Tu papá te vio jugar con nosotros – jugar a ser papá, a ser responsable, a ser hombre de familia – y abrió la boca para imponer la ley.
“Sacale la muñeca, para que no sea marica.”
Sacale la muñeca, para que se quede sin manos.
Acá vamos por la vida las mujeres, dando nuestras manos porque te quitaron las tuyas.
Te quedaste sin manos, y dijiste que la cocina es para la mujer. Te reíste. Llegaste a casa después del colegio y te pichaste porque no había la comida que querías. Llegaste a la universidad y te quedaste gastando de más de tu bolsillo. Llegaste a nuestras camas, y quisiste comer de nuestros platos.
Te quedaste sin manos, y no aprendiste a barrer. Y nuestras madrinas nos gritaban que nunca encontraríamos un hombre si no sabíamos barrer. “Te voy a robar tu novio,” decíamos, y nos barríamos los dedos del pie. Y allá nuestros novios se decidían a vivir en el polvo. Porque le daba la escoba a tu hermana mientras vos te ibas a la cancha.
Te quedaste sin manos, porque en el colegio solo tenías que jugar fútbol. Mientras tanto, tus compañeritas tenían que jugar hándbol, porque usar las manos es cosa de mujer. Porque cuando queríamos jugar con los varones, se nos decía que son “demasiado brutos”. Y así aprendiste que si me golpeas no es tu culpa – es mi culpa por jugar con hombres.
Te quedaste sin manos, y bueno, que la compañera te haga un poco tu tarea. Porque los profesores te decían “cabezudo”, y a nosotras nos hacían juntar las piernas y “sentarnos como señoritas”.
Te quedaste sin manos, y no supiste trabajar por ganar plata. Y saliste con tus amigos a asaltarnos en las motos mientras tus hermanas eran esclavizadas. (No me digan que no es cosa de sexismo; hay más motochorros que motochorras.)
Te quedaste sin manos, y no pudiste ponerte el condón.
Te quedaste sin manos, y le obligaste a tu primita que te toque.
Te quedaste sin manos, y cuando abusaron de vos, no pudiste dar señales a la sociedad que te silenció.
Te quedaste sin manos, y cuando tu pareja te dio un bebé no supiste cargarlo. Y tus amigos te llamaron para tomar con los perros, y el dinero se te salió del bolsillo fuera de las manos que no tenías. Y allí quedó la familia, sobre el regazo de tu novia, al fondo de tu botella de cerveza, en el saldo que cargás para escribirle a otras mujeres pero que no podés gastar en tus propios hijos.
Te quedaste sin manos, pero igual encontraste cómo golpearnos.
Y ahora, te ofrecemos tus manos. Y no tengas miedo, no te las vamos a quitar. Ahí están, donde tus padres y tíos y ancestros las dejaron, junto a las muñecas y el juego de cocinita y la escoba.
Y tal vez no sepas como usarlas – tal vez escuches la voz de tu papá en la distancia, llamándote marica por asociarte con nosotras. Diciendo que sos débil por hablar de “cosas de mujeres”. Diciendote todas las cosas que te dejaron sin muñecas, sin manos, que te dejaron solo. Que te hicieron creer que el único tipo de persona que vale algo es el macho. Que te hicieron creer que respetar a la mujer es abrirle la puerta o cargarle sus compras, sin importar que le grites piropos en la calle.
Acá te mostramos como utilizar tus manos. Para ayudar a tu prójimo, para amar con respeto, para levantar una sociedad que tenía miedo de levantarse. Para hacer señales a tus compañeros cuando no nos escuchan. Para detener al hombre que acosa a tu primita… y a tu primo. Para abrirle paso a tu amigo que tiene miedo de expresarse como quiere.
Para encontrar amigas.
Para encontrar amor.
Y por ahí esta no fue tu historia. Por ahí fuiste de los que fueron fuertes en el corazón más que en los puños. Por ahí encontraste tus manos, y las rescataste de esta sociedad tóxica. Por ahí tu mamá te ayudó, o tu hermana, o tu amiga. Pero el silencio no trae el cambio. Estas manos se te dieron para que las unas a las nuestras.
Acá se levanta una generación de mujeres cansadas, y una legión de hombres que finalmente se nos unen.
Y así…
Renacimos.